El Tesoro escondido




Cuenta una antigua leyenda paraguaya, que si en tu casa escuchás ruidos extraños, oís ruidos de cadenas o ves un espectro deambulando es porque cerca, muy cerca, hay un tesoro escondido. Esto le ocurrió a Dionisio. El y su familia se establecieron en una localidad llamada Campo Nuevo. Comenzaron a construir su casa y pronto empezaron a escuchar ruidos extraños, aullidos y voces misteriosas. En una ocasión una sombra empujó a Dionisio de su bicicleta unos metros, y en otra, un espectro, sacudió fuertemente un naranjo hasta hacer caer casi todos los frutos. Una noche escucharon un fuerte golpe en la puerta de entrada, Dionisio se levantó de la cama para ver que ocurría. Una sombra envuelta en niebla se paseaba por el frente de la casa. El miedo se apoderó de la familia y pensaron seriamente en abandonar la finca ya que no podían pegar un ojo en toda la noche. Se encerraban cuando llegaba la noche y no se animaban a salir hasta que saliera el sol.

Dionisio, que había escuchado la leyenda pero nunca había creído en ella, comenzó a pensar que seguramente había un tesoro escondido en su propiedad. Ellos eran humildes y un hallazgo de esa naturaleza podría dar lugar a una oportunidad de progreso para toda la familia. La casa había quedado sin terminar por falta de recursos La cosecha de algodón no había sido buena y apenas les alcanzaba el dinero para pagar la comida. Su mujer, Azucena lloraba y sus hijos querían mudarse. No soportaban la idea de convivir con esas presencias misteriosas. Azucena, tenía un gallinero con varias gallinas, tres perros y dos gatos. Una noche en que los aullidos envolvieron la casa, escucharon cacarear a las gallinas, ladrar a los perros y maullar a los gatos con un vigor fuera de lo común.

Azucena, que estaba sola con sus hijos temiendo que algún espectro pudiera entrar a la casa, amontonó varios muebles contra la puerta. Al día siguiente tres gallinas, uno de los perros y los dos gatos habían desaparecido.

Los animales que se esfumaron eran todos blancos. Al fantasma por lo visto, no le gustaban los animales de color blanco. Dionisio que era muy valiente, al día siguiente compró una pala y comenzó a cavar. La finca era grande y avanzaba lentamente.

Entonces pidió ayuda a dos de sus primos y entre todos dieron vuelta el terreno con picos y palas. Los aullidos y las voces se agudizaban por las noches, su mujer quería marcharse con sus hijos, pero el entusiasmo y la valentía de Dionisio por descubrir las riquezas los calmaba por lo menos durante el día. Dionisio sabía también, por las historias que había escuchado hasta entonces que solo una persona debería encontrar el tesoro. La leyenda decía que si más de una persona veía el tesoro, este desaparecería ante sus ojos. Cansados de cavar estaban a punto de abandonar la búsqueda, cuando se les ocurrió mirar hacia unos arbustos. Una luz resplandeciente, mezcla de bruma y sol los envolvía. Los arrancaron rapidamente. Aunque estaban cansados continuaron paleando con entusiasmo. Allí encontraron un envoltorio hecho con sábanas de hilo ajadas y sucias. En su interior había una antigua ollita de hierro con tapa. Y dentro de la ollita un puñado de relucientes monedas españolas de oro.

Dionisio y sus dos primos contemplaron embelezados el hallazgo. No podían creer lo que estaban viendo. Al instante, la ollita y todo su contenido se transformó en carbón esfumándose de su vista. Dionisio haciendo caso a la antigua leyenda, les dijo a sus primos que se marcharan para continuar cavando solo. Esa noche no pudieron dormir. Los fantasmas golpearon las puertas y ventanas, sacudiéndolas con una potencia increíble. Era una fuerza sobrenatural que hacía temblar toda la casa. Al día siguiente, Dionisio tomó la pala y cavó más profundamente en el mismo lugar con la esperanza de encontrar algo más. En el mismo lugar apareció otro envoltorio. Era un baúl de madera envuelto con varias capas de tela. Seguramente sábanas, pero estaban deterioradas por la humedad y el paso del tiempo. El baúl estaba cerrado con un candado de hierro muy oxidado. Dionisio no tardó en quebrarlo con una tenaza. Al abrirlo se desplegó el fruto de tanto esfuerzo. El baúl contenía muchas alhajas. Había collares, diademas, aros y pulseras. Todos de oro antiguo. Muchos engarzados con piedras preciosas de maravillosos colores. Un tesoro de valor incalculable. En esta oportunidad estaba solo. Espero un tiempo para asegurarse que no desaparecería. El tesoro continuó ante su vista sin desaparecer tal cual narra la leyenda. Comunicó la noticia a su familia y a sus primos que alborozados festejaron el hallazgo. Las sombras y los aullidos se retiraron de la casa. Volvieron a aparecer las gallinas, el perro y los dos gatos. Los fantasmas ya no tenían que custodiar su tesoro. No sabemos adonde fueron a parar, seguramente se retiraron a descansar, después de tantos años de vagar en las sombras custodiando su fortuna. Hay infinidad de leyendas cuyo origen está centrado en la guerra del Paraguay. En ese entonces, ante el avance del ejército enemigo, familias enteras debían desplazarse dejando atrás sus propiedades y sus pertenencias. Como no podían llevar todo a cuestas, muchas familias optaban por enterrar sus tesoros en el campo para volver a recuperarlos cuando la guerra hubiera terminado. Estos consistían mayormente en monedas de oro y alhajas con piedras preciosas de altísimo valor. Llevarlos consigo también era un gran riesgo ya que estaban a la merced de rateros y ladrones. Muchos volvieron y desenterraron sus pertenencias, pero muchos otros murieron en la guerra y sus tesoros quedaron ocultos en el campo. Nuevas familias se establecieron y nadie sabía donde estaban ocultos esos tesoros. Pero dicen, que si por la noche se escuchan alaridos, ruidos de cadenas o ves sombras escondidas, es que el alma de los antiguos moradores están custodiando sus tesoros y si buscas bien seguramente encontrarás un tesoro escondido. 

Historia de uno que hizo un viaje para saber lo que era miedo



Un labrador tenía dos hijos, el mayor de los cuales era muy listo y entendido, y sabía muy bien a qué atenerse en todo, pero el menor era tonto y no entendía ni aprendía nada, y cuando le veían las gentes decían: “Trabajo tiene su padre con él.” Cuando había algo que hacer, tenía siempre que mandárselo al mayor, pero si su padre le mandaba algo siendo de noche, o le enviaba al oscurecer cerca del cementerio, o siendo ya oscuro al camino o cualquier otro lugar sombrío, le contestaba siempre: “¡Oh!, no, padre, yo no voy allí: ¡tengo miedo! Pues era muy miedoso.” Si por la noche referían algún cuento alrededor de la lumbre, en particular si era de espectros y fantasmas, decían todos los que le oían: “¡Qué miedo!” Pero el menor, que estaba en un rincón escuchándolos no podía comprender lo que querían decir: “Siempre dicen ¡miedo, miedo!, yo no sé lo que es miedo: ese debe ser algún oficio del que no entiendo una palabra.”

Mas un día le dijo su padre: “Oye tú, el que está en el rincón: ya eres hombre y tienes fuerzas bastantes para aprender algo con que ganarte la vida. Bien ves cuánto trabaja tu hermano, pero tú no haces más que perder el tiempo.” - “¡Ay padre!” le contestó, “yo aprendería algo de buena gana, y sobre todo quisiera aprender lo que es miedo, pues de lo contrario no quiero saber nada.” Su hermano mayor se echó a reír al oírle, y dijo para sí: ¡Dios mío, qué tonto es mi hermano! nunca llegará a ganarse el sustento. Su padre suspiró y le contestó: “Ya sabrás lo que es miedo: mas no por eso te ganarás la vida.”

Poco después fue el sacristán de visita, y le refirió el padre lo que pasaba, diciéndole cómo su hijo menor se daba tan mala maña para todo y que no sabía ni aprendía nada. “¿Podréis creer que cuando le he preguntado si quería aprender algo para ganarse su vida, me contestó que solo quería saber lo que es miedo?” - “Si no es más que eso,” le respondió el sacristán, “yo se lo enseñaré: enviádmele a mi casa, y no tardará en saberlo.” El padre se alegró mucho, pues pensó entre sí: Ahora quedará un poco menos orgulloso. El sacristán se le llevó a su casa para enviarle a tocar las campanas. A los dos días le despertó a media noche, le mandó levantarse, subir al campanario y tocar las campanas. Ahora sabrás lo que es miedo, dijo para sí. Salió tras él, y cuando el joven estaba en lo alto del campanario, e iba a coger la cuerda de la campana, se puso en medio de la escalera, frente a la puerta, envuelto en una sábana blanca. “¿Quién está ahí?” preguntó el joven. Pero la fantasma no contestó ni se movió. “Responde, o te hago volver por donde has venido, tú no tienes nada que hacer aquí a estas horas de la noche.” Pero el sacristán continuó inmóvil, para que el joven creyese que era un espectro. El joven le preguntó por segunda: “¿Quién eres? habla, si eres un hombre honrado, o si no te hago rodar por la escalera abajo.” El sacristán creyó que no haría lo que decía y estuvo sin respirar como si fuese de piedra. Entonces le preguntó el joven por tercera vez, y como estaba ya incomodado, dio un salto y echó a rodar al espectro por la escalera abajo de modo que rodó diez escalones y fue a parar a un rincón. En seguida tocó las campanas, y se fue a su casa, se acostó sin decir una palabra y se durmió. La mujer del sacristán esperó un largo rato a su marido; pero no volvía. Llena entonces de recelo, llamó al joven y le preguntó: “¿No sabes dónde se ha quedado mi marido? ha subido a la torre detrás de ti.” - “No,” contestó el joven, “pero allí había uno en la escalera frente a la puerta, y como no ha querido decirme palabra ni marcharse, he creído que iba a burlarse de mí y le he tirado por la escalera abajo. Id allí y veréis si es él, pues lo sentiría.” La mujer fue corriendo; y halló a su marido que estaba en un rincón y se quejaba porque tenía una pierna rota.

Se le llevó en seguida a su casa y fue corriendo a la del padre del joven. “Vuestro hijo,” exclamó, “me ha causado una desgracia muy grande, ha tirado a mi marido por las escaleras y le ha roto una pierna; ese es el pago que nos ha dado el bribón.” Su padre se asustó, fue corriendo y llamó al joven. “¿Qué mal pensamiento te ha dado para hacer esa picardía?” - “Padre,” le contestó, “escuchadme, pues estoy inocente. Era de noche y estaba allí como un alma del otro mundo. Ignoraba quién era, y le he mandado tres veces hablar o marcharse.” - “¡Ay!” replicó su padre, “solo me ocasionas disgustos: vete de mi presencia, no quiero volverte a ver más.” - “Bien, padre con mucho gusto, pero esperad a que sea de día, yo iré y sabré lo que es miedo, así aprenderé un oficio con que poderme mantener.” - “Aprende lo que quieras,” le dijo su padre, “todo me es indiferente. Ahí tienes cinco duros para que no te falte por ahora que comer, márchate y no digas a nadie de dónde eres, ni quién es tu padre, para que no tenga que avergonzarme de ti.” - “Bien, padre, haré lo que queréis, no tengáis cuidado por mí.”

Como era ya de día se quedó el joven con sus cinco duros en el bolsillo, y echó a andar por el camino real, diciendo constantemente: “¿Quién me enseña lo que es miedo? ¿Quién me enseña lo que es miedo?” Entonces encontró un hombre que oyó las palabras que decía el joven para sí, y cuando se hubieron alejado un poco hacia un sitio que se veía una horca, le dijo: “Mira, allí hay siete pobres a los que por sus muchos pecados han echado de la tierra y no quieren recibir en el cielo; por eso ves que están aprendiendo a volar; ponte debajo de ellos, espera a que sea de noche, y sabrás lo que es miedo.” - “Si no es más que eso,” dijo el joven, “lo haré con facilidad; pero no dejes de enseñarme lo que es miedo y te daré mis cinco duros; vuelve a verme por la mañana temprano.” Entonces fue el joven a donde estaba la horca, se puso debajo y esperó a que fuera de noche, y como tenía frío encendió lumbre; pero a media noche era el aire tan frío que no le servía de nada la lumbre; y como al aire hacía moverse a los cadáveres y chocar entre sí, creyó que teniendo frío él que estaba al lado del fuego, mucho más debían tener los que estaban más lejos, por lo que procuraban reunirse para calentarse, y como era muy compasivo, cogió la escalera, subió y los descolgó uno tras otro hasta que bajó a todos siete. En seguida puso más leña en el fuego, sopló y los colocó alrededor para que se pudiesen calentar. Pero como no se movían y la lumbre no hacía ningún efecto en sus cuerpos, les dijo: “Mirad lo que hacéis, porque si no vuelvo a colgaros.” Pero los muertos no le oían, callaban y continuaban sin hacer movimiento alguno. Incomodado, les dijo entonces: “Ya que no queréis hacerme caso, después que me he propuesto ayudaros, no quiero que os calentéis más.” Y los volvió a colgar uno tras otro. Entonces se echó al lado del fuego y se durmió, y a la mañana siguiente cuando vino el hombre, quería que le diese los cinco duros; pues le dijo: “¿Ahora ya sabrás lo que es miedo?” - “No,” respondió, “¿por qué lo he de saber? Los que están ahí arriba tienen la boca bien cerrada, y son tan tontos, que no quieren ni aun calentarse.” Entonces vio el hombre que no estaba el dinero para él y se marchó diciendo: “Con este no me ha ido muy bien.”

El joven continuó su camino y comenzó otra vez a decir: “¿Quién me enseñará lo que es miedo? ¿quién me enseñará lo que es miedo?” Oyéndolo un carretero que iba tras él, le preguntó: “¿Quién eres?” - “No lo sé,” le contestó el joven. “¿De dónde eres?” continuó preguntándole el carretero. “No lo sé.” - “¿Quién es tu padre?” - “No puedo decirlo.” - “¿En qué vas pensando?” - “¡Ah!” respondió el joven, “quisiera encontrar quien me enseñase lo que es miedo, pero nadie quiere enseñármelo.” - “No digas tonterías,” replicó el carretero, “ven conmigo, ven conmigo, y veré si puedo conseguirlo.” El joven continuó caminando con el carretero y por la noche llegaron a una posada, donde determinaron quedarse. Pero apenas llegó a la puerta, comenzó a decir en alta voz: “¿Quién me enseña lo que es miedo? ¿quién me enseña lo que es miedo?” El posadero al oírle se echó a reír diciendo: “Si quieres saberlo; aquí te se presentará una buena ocasión.” - “Calla,” le dijo la posadera, “muchos temerarios han perdido ya la vida, y sería lástima que esos hermosos ojos no volvieran a ver la luz más.” Pero el joven la contestó: “Aunque me sucediera otra cosa peor, quisiera saberlo, pues ese es el motivo de mi viaje.” No dejó descansar a nadie en la posada hasta que le dijeron que no lejos de allí había un castillo arruinado, donde podría saber lo que era miedo con solo pasar en él tres noches. El rey había ofrecido por mujer a su hija, que era la doncella más hermosa que había visto el sol, al que quisiese hacer la prueba. En el castillo había grandes tesoros, ocultos que estaban guardados por los malos espíritus, los cuales se descubrían entonces, y eran suficientes para hacer rico a un pobre. A la mañana siguiente se presentó el joven al rey, diciéndole que si se lo permitía pasaría tres noches en el castillo arruinado. El rey le miró y como le agradase, le dijo: “Puedes llevar contigo tres cosas, con tal que no tengan vida, para quedarte en el castillo.” El joven le contestó: “Pues bien, concededme llevar leña para hacer lumbre, un torno y un tajo con su cuchilla.”

El rey le dio todo lo que había pedido. En cuanto fue de noche entró el joven en el castillo, encendió en una sala un hermoso fuego, puso al lado el tajo con el cuchillo, y se sentó en el torno. “¡Ah! ¡si me enseñaran lo que es miedo!” dijo, “pero aquí tampoco lo aprenderé.” Hacia media noche se puso a atizar el fuego y cuando estaba soplando oyó de repente decir en un rincón: “¡Miau!, ¡miau! ¡frío tenemos!” - “Locos,” exclamó, “¿por qué gritáis? si tenéis frío, venid, sentaos a la lumbre, y calentaos.” Y apenas hubo dicho esto, vio dos hermosos gatos negros, que se pusieron a su lado y le miraban con sus ojos de fuego; al poco rato, en cuanto se hubieron calentado, dijeron: “Camarada, ¿quieres jugar con nosotros a las cartas?” - “¿Por qué no?” les contestó, “pero enseñadme primero las patas.” - “Entonces extendieron sus manos.” - “¡Ah!” les dijo, “¡qué uñas tan largas tenéis!, aguardad a que os las corte primero.” Entonces los cogió por los pies, los puso en el tajo y los aseguró bien por las patas. “Ya os he visto las uñas,” les dijo, “ahora no tengo ganas de jugar.” Los mató y los tiró al agua. Pero a poco de haberlos tirado, iba a sentarse a la lumbre, cuando salieron de todos los rincones y rendijas una multitud de gatos y perros negros con cadenas de fuego; eran tantos en número que no se podían contar; gritaban horriblemente, rodeaban la lumbre, tiraban de él y le querían arañar. Los miró un rato con la mayor tranquilidad, y así que se incomodó cogió su cuchillo, exclamando: “Marchaos, canalla.” Y se dirigió hacia ellos. Una parte escapó y a la otra la mató y la echó al estanque. En cuanto concluyó su tarea se puso a soplar la lumbre y volvió a calentarse. Y apenas estuvo sentado, comenzaron a cerrársele los ojos y tuvo ganas de dormir. Miró a su alrededor, y vio en un rincón una hermosa cama. “Me viene muy bien,” dijo. Y se echó en ella. Pero cuando iban a cerrársele los ojos, comenzó a andar la cama por sí misma y a dar vueltas alrededor del cuarto. “Tanto mejor,” dijo, “tanto mejor.” Y la cama continuó corriendo por los suelos y escaleras como si tiraran de ella seis caballos. Mas de repente cayó, quedándose él debajo y sintiendo un peso como si tuviera una montaña encima.

Pero levantó las colchas y almohadas y se puso en pie diciendo: “No tengo ganas de andar.” Se sentó junto al fuego y se durmió hasta el otro día. El rey vino a la mañana siguiente, y como le vio caído en el suelo creyó que los espectros habían dado fin con él y que estaba muerto. Entonces dijo: “¡Qué lastima de hombre! ¡tan buen mozo!” El joven al oírle, se levantó y le contestó: “Aún no hay por qué tenerme lástima.” El rey, admirado, le preguntó cómo le había ido. “Muy bien,” le respondió, “ya ha pasado una noche, las otras dos vendrán y pasarán también.” Cuando volvió a la casa le miró asombrado el posadero: “Temía,” dijo, “no volverte a ver vivo; ¿sabes ya lo que es miedo?” - “No,” contestó, “todo es inútil, si no hay alguien que quiera enseñármelo.”

A la segunda noche fue de nuevo al castillo, se sentó a la lumbre, y comenzó su vieja canción: “¿Quién me enseña lo que es miedo?” A la media noche comenzaron a oírse ruidos y golpes, primero débiles, después más fuertes, y por último cayó por la chimenea con mucho ruido la mitad de un hombre, quedándose delante de él. “Hola,” exclamó, “todavía falta el otro medio, esto es muy poco.” Entonces comenzó el ruido de nuevo: parecía que tronaba, y se venía el castillo abajo y cayó la otra mitad. “Espera,” le dijo, “encenderé un poco el fuego.” Apenas hubo concluido y miró a su alrededor, vio que se habían unido las dos partes, y que un hombre muy horrible se había sentado en su puesto. “Nosotros no hemos apostado,” dijo el joven, “el banco es mío.” El hombre no le quiso dejar sentar, pero el joven le levantó con todas sus fuerzas y se puso de nuevo en su lugar. Entonces cayeron otros hombres uno después de otro, que cogieron nueve huesos y dos calaveras y se pusieron a jugar a los bolos. El joven, alegrándose, les dijo: “¿Puedo ser de la partida?” - “Sí, si tienes dinero.” - “Y bastante,” les contestó, “pero vuestras bolas no son bien redondas.” Entonces cogió una calavera, la puso en el torno y la redondeó. “Así están mejor,” les dijo, “ahora vamos.” Jugó con ellos y perdió algún dinero; mas en cuanto dieron las doce todo desapareció de sus ojos. Se echó y durmió con la mayor tranquilidad. A la mañana siguiente fue el rey a informarse. “¿Cómo lo has pasado?” le preguntó. “He jugado y perdido un par de pesetas,” le contestó. “¿No has tenido miedo?” - “Por el contrario, me he divertido mucho. ¡Ojalá supiera lo que es miedo!”

A la tercera noche se sentó de nuevo en su banco y dijo incomodado: “¿Cuándo sabré lo que es miedo?” En cuanto comenzó a hacerse tarde se le presentaron seis hombres muy altos que traían una caja de muerto. “¡Ay!” les dijo, “este es de seguro mi primo, que ha muerto hace un par de días.” Hizo señal con la mano y dijo: “Ven, primito, ven.” Pusieron el ataúd en el suelo, se acercó a él y levantó la tapa; había un cadáver dentro. Le tentó la cara, pero estaba fría como el hielo. “Espera,” dijo, “te calentaré un poco.” Fue al fuego, calentó su mano, y se la puso en el rostro, pero el muerto permaneció frío. Entonces le cogió en brazos, le llevó a la lumbre y le puso encima de sí y le frotó los brazos para que la sangre se le pusiese de nuevo en movimiento. Como no conseguía nada, se le ocurrió de pronto: “Si me meto con él en la cama, se calentará.” Se llevó al muerto a la cama, le tapó y se echó a un lado. Al poco tiempo estaba el muerto caliente y comenzó a moverse. Entonces, dijo el joven: “Mira, hermanito, ya te he calentado.” Pero el muerto se levantó diciendo: “Ahora quiero estrangularte.” - “¡Hola!” le contestó, “¿son esas las gracias que me das? ¡Pronto volverás a tu caja!” Le cogió, le metió dentro de ella y cerró; entonces volvieron los seis hombres y se le llevaron de allí. “No me asustarán, dijo; aquí no aprendo yo a ganarme la vida.”

Entonces entró un hombre que era más alto que los otros y tenía un aspecto horrible, pero era viejo y tenía una larga barba blanca. “¡Ah, malvado, pronto sabrás lo que es miedo, pues vas a morir!” - “No tan pronto,” contestó el joven. “Yo te quiero matar,” dijo el hechicero. “Poco a poco, eso no se hace tan fácilmente, yo soy tan fuerte como tú y mucho más todavía.” - “Eso lo veremos,” dijo el anciano, “ven, probaremos.” Entonces le condujo a un corredor muy oscuro, junto a una fragua, cogió un hacha y dio en un yunque, que metió de un golpe en la tierra. “Eso lo hago yo mucho mejor,” dijo el joven. Y se dirigió a otro yunque; el anciano se puso a su lado para verle, y su barba tocaba en la bigornia. Entonces cogió el joven el hacha, abrió el yunque de un golpe y clavó dentro la barba del anciano. “Ya eres mío,” le dijo, “ahora morirás tú.” Entonces cogió una barra de hierro y comenzó a pegar con ella al anciano hasta que comenzó a quejarse y le ofreció, si le dejaba libre, darle grandes riquezas. El joven soltó el hacha y le dejó en libertad. El anciano le condujo de nuevo al castillo y le enseñó tres cofres llenos de oro, que había en una cueva. “Una parte es de los pobre, la otra del rey y la tercera tuya.” Entonces dieron las doce y desapareció el espíritu, quedando el joven en la oscuridad. “Yo me las arreglaré,” dijo. Empezó a andar a tientas, encontró el camino del cuarto y durmió allí junto a la lumbre. A la mañana siguiente volvió el rey y le dijo: “Ahora ya sabrás lo que es miedo.” - “No,” le contestó, “no lo sé; aquí ha estado mi primo muerto y un hombre barbudo que me ha enseñado mucho dinero, pero no ha podido enseñarme lo que es miedo.” Entonces le dijo el rey: “Tú has desencantado el castillo y te casarás con mi hija.” - “Todo eso está bien,” le contestó, “pero sin embargo, aún no sé lo que es miedo.”

Entonces sacaron todo el oro de allí y celebraron las bodas, pero el joven rey, aunque amaba mucho a su esposa y estaba muy contento, no dejaba de decir: “¿Quién me enseñará lo que es miedo? ¿quién me enseñará?” Esto disgustó al fin a su esposa y dijo a sus doncellas: “Voy a procurar enseñarle lo que es miedo.” Fue al arroyo que corría por el jardín y mandó traer un cubo entero lleno de peces. Por la noche cuando dormía el joven rey, levantó su esposa la ropa y puso el cubo lleno de agua encima de él, de manera que los peces al saltar, dejaban caer algunas gotas de agua. Entonces despertó diciendo: “¡Ah! ¿quién me asusta? ¿quién me asusta, querida esposa? Ahora sé ya lo que es miedo.”

La bruja que consiguió flotar




La bruja Calixta se hallaba tendida en la hierba repasando su libro de encantamientos, la jefa de las brujas le había ordenado que practicara algunos hechizos, pero hacía mucho calor y a ella no le apetecía ponerse a trabajar, de todas formas como estaba muy aburrida, casi sin querer empezó a leer:

-¿Cómo transformar una rana en un príncipe?- Leyó entre bostezos. –Tómense tres cucharadas de polvo de luna, échese en un puchero jugo de murciélago-

Calixta se tumbó en la hierba y observo las algodonosas nubesillas que flotaban en el cielo.

-Como me gustaría ser una nube y flotar. ¡Pues eso es lo que haré, aprender a flotar!-

Volvió las hojas del libro hasta dar con un encantamiento que tenía por título: Cómo convertirse en una nube.

-Como una nube de algodón que flota en el firmamento, así quiero ser yo. Abracadabra.-

Súbitamente calixta empezó a elevarse hacia las nubes y se quedo flotando suavemente entre ellas.

-¡Qué sensación tan agradable! Ojalá pudiera verme ahora mi jefa-

-¿Qué es esa manchita negra tan curiosa?- Preguntaba la gente que veía a Calixta flotar en el espacio. En aquel preciso momento el hechizo se desvaneció y Calixta comenzó a caer y a caer, hasta aterrizar en el río.

-¡Socorro, me ahogo!

-¿Porqué no aprendes a nadar?- Pregunto una rana que observaba los esfuerzos de Calixta por salir del agua.

-No quiero aprender a nadar, lo que quiero es flotar. Veamos, ¿qué otra cosa flota a parte de las nubes? Claro, un barco. Pues buscaré un encantamiento para un barco

Volvió a mirar en su libro de hechizos y halló uno que decía así:

-Haz que aparezca un barco en medio del ancho río, pues en él me tenderé y de esta manera flotaré.

Al instante apareció ante sus ojos una barquita junto a la orilla, Calixta subió a ella y se alejó hacia el centro del río.

-¡Qué delicia!- exclamó mientras flotaba cómodamente. Pero de pronto, notó que algo húmedo y frío bañaba sus pies. Y al incorporarse vio que el barco se llenaba de agua.

Calixta intentó achicar el agua con su sombrero, pero el agua no paraba de subir y el bote se hundía más y más hasta que desapareció por completo.

-¡Socorro, socorro!

-Siempre terminas en el agua- Se mofó la rana. -¿Porqué no aprendes de una vez a flotar como yo?

-Eso es justamente lo que pretendo, pero no resulta nada fácil, al menos para mí.

-Sólo tienes que imitarme, ¡anda se valiente!

La rana se tendió de espalda y Calixta hizo lo mismo. Y como la rana era buena maestra, pronto aprendió a flotar.

-Esto es mucho mejor que esos estúpidos encantamientos que siempre salen mal. No sabes bien lo feliz que me siento.

Calixta cerró los ojos y escucho el suave murmullo del agua, mientras en la orilla, yacía olvidado, su libro de encantamientos.

Calabazas de Halloween de papel maché



Brujas, monstruos y gatos negros pueblan las calles durante Halloween… o al menos eso nos han contado. Sin embargo, al pensar en la Noche de Brujas quizás a muchos de vosotros lo primero que se os venga a la mente sea la simpática (o a veces tétrica) calabaza calada.

Estas famosas calabazas, llamadas Jack-O’Lanterns, son sin duda uno de los principales emblemas de Halloween.
Las calabazas de papel maché son perfectas para transformar el hogar para una fiesta de Halloween.

Materiales necesarios
  • Globo 
  • Papel de seda naranja cantidad necesaria
  • Papel de seda amarillo cantidad necesaria
  • Engrudo o cola
  • Pincel 1
  • Tijera
  • Vaso 1
  • Broches de ropa
  • Soga de colgar la ropa
Paso a paso de la calabaza de papel maché

 Primero debéis inflar el globo hasta obtener el tamaño deseado y cortar tiras de papel de seda de ambos colores. Luego, apoyáis el globo sobre el vaso y empezáis a pintar una pequeña parte con engrudo (o cola si lo preferís). El engrudo podéis prepararlo con harina o almidón cocida en agua. Poco a poco y con cuidado, comenzáis a pegar una tira de color naranja de manera vertical (desde la corona del globo hasta el nudo). Con ayuda de un pincel, aplicáis engrudo sobre esa tira y añadís otra del mismo color de manera que se solape ligeramente con la primera. Repetid el procedimiento alrededor de todo el globo.

Al finalizar la aplicación de dos capas de color naranja sobre la totalidad del globo, debéis repetir el procedimiento con dos capas de tiras amarillas. Otra opción es alternar las capas naranjas y amarillas, ésto queda a vuestra elección.

Un consejo: Si queréis que las calabazas muestren una cara como la que usualmente vemos en las películas, dejad libre de papel las zonas de la boca, la nariz y los ojos, con los formatos que más os gusten. Esta técnica requiere un poco más de cuidado pero queda chulísima.

Una vez finalizada la cobertura del globo con papel maché, llega la hora de poner a secar las calabazas. Para ello, coged el globo y colgadlo por su nudo de una soga de ropa con un broche. Una vez secos, coged el globo y con ayuda de una tijera (o cuchillo), pinchad el globo hasta reventarlo (siempre por alguna porción visible del globo, sin dañar el recubrimiento de papel maché). Finalmente, retirad con cuidado el globo tirando suavemente de su nudo.
¡Listo! Ahora sólo queda colocar dentro de la calabaza de papel maché una vela a pilas y tendréis una verdadera calabaza de Halloween. 

Vía: Martha Stewart

La calabaza de Halloween - Jack o'Lantern




Lo primero que a la mayoría de la gente se le viene a la cabeza cuando oye o lee la expresión Halloween es la calabaza. “Halloween and pumpkins” están asociados en la historia reciente de la fiesta de forma indisoluble. Su uso tiene origen en una leyenda... 

Hace muchos, muchos años, un tacaño y pendenciero irlandés, llamado Jack, tuvo la mala fortuna de encontrarse con el diablo en una taberna, en la Noche de Brujas. Jack, conocido borracho, había bebido mucho pero pudo engañar al diablo ofreciéndole su alma a cambio de un último trago. El diablo se transformó en una moneda para pagarle al camarero, pero Jack rápidamente lo tomó y lo puso en su monedero. Como Jack tenía una cruz en su monedero, el diablo no pudo volver a su forma original. Jack no dejaría ir al diablo hasta que le prometiera no pedirle su alma en 10 años. El diablo no tuvo más remedio que concederle a Jack su reclamación. 

Diez años más tarde, Jack se reunió con el diablo en el campo. El diablo iba preparado para llevarse el alma de Jack, pero Jack pensó muy rápido y dijo: "Iré de buena gana, pero antes de hacerlo, ¿me traerías la manzana que está en ese árbol por favor?". El diablo pensó que no tenía nada qué perder, y de un salto llegó a la copa del árbol, pero antes que el diablo se diese cuenta, Jack ya había tallado rápidamente una cruz en el tronco del árbol. Entonces el diablo no pudo bajar. Jack le obligó al diablo a prometer que jamás le pediría su alma nuevamente. Al diablo no le quedó más remedio que aceptar. 

Jack murió unos años más tarde, pero no pudo entrar al cielo, pues durante su vida había sido un golfo, borracho y un estafador. Pero cuando intentó entrar, por lo menos, en el espantoso infierno, el diablo tuvo que enviarlo de vuelta, pues no podía tomar su alma (lo había prometido). "¿Adónde iré ahora?", preguntó Jack, y el diablo le contestó: "Vuelve por donde viniste". El camino de regreso era oscuro y el terrible viento no le dejaba ver nada.. El diablo le lanzó a Jack un carbón encendido directamente del infierno, para que se guiara en la oscuridad, y Jack lo puso en un nabo que iba comiendo, para que no se apagara con el viento. 

Jack estaba condenado a vagar en las tinieblas eternamente.....

Como veis esta inquietante leyenda habla de un nabo en cuyo interior Jack depositó la brasa de carbón a modo de farol. No dice nada de calabazas (pumpkins). Tiene su explicación. ¿Qué simboliza la calabaza en Halloween?. Los pueblos de origen céltico, como mandaba la tradición ahuecaban nabos y ponían carbón en ellos para iluminar el camino de regreso al mundo de los vivos a sus difuntos más queridos y así les daban la bienvenida, a la vez se protegían de los malos espíritus. Pero cuando los irlandeses llegaron a América, conocieron las calabazas y se dieron cuenta de que estas eran mucho más grandes y fáciles de ahuecar que los nabos, desde ese tiempo que ninguna persona ha crecido sin conocer un Jack-o-lantern, el tenebroso candil de Jack.

Halloween




Halloween es una fiesta muy divertida para los niños. Es también la ocasión para ellos de descubrir el mundo fabuloso de los cuentos de Halloween con sus numerosas leyendas y historias de halloween. Es un período del año durante el que los niños pueden experimentar nuevos sentimientos como el miedo, el terror, el susto con las historias de fantasmas o las historias de vampiros que dan escalofríos...

El origén de Halloween 

La palabra “Halloween” es una contracción de la expresión inglesa “All Hallow’s Eve”. Literalmente, significa “Víspera de Todos los Santos”. Aparentemente, pues, esta celebración macabra y humorística anglosajona estaría vinculada a una fiesta solemne y considerada como de estricta observancia por la Iglesia Católica: el Primero de Noviembre, festividad de Todos los Santos. Pero esto no es del todo cierto. 

¿Cuáles son los orígenes de Halloween? El verdadero origen de esta fiesta anglosajona es milenario y de variada procedencia. Halloween tiene una raiz céltica y otra romana. Los romanos dedicaban la fiesta denominada Feralia al descanso y la paz de los muertos, haciendo sacrificios y elevando diversas plegarias a sus dioses paganos. También los romanos dedicaban una festividad a Pomona, la diosa de las cosechas y los frutos, cuyo símbolo es una manzana -obsérvese que uno de los juegos tradicionales del Halloween es el juego de morder la manzana (bobbing for apples)-. Pero con anterioridad, ya los pueblos celtas de Irlanda, Gales, Escocia y norte de Francia, celebraban la festividad llamada Samhain. Samhain o La Samon era un festival que ocurría entre finales de octubre y principios de noviembre, un rito en que se celebraba el final de la temporada de las cosechas y el comienzo del invierno. Los druidas, auténticos sacerdotes o chamanes célticos, creían que en una determinada noche, la del 31 de octubre, las brujas gozaban de mayor vitalidad, a los propios druidas se les concedía el don de adivinar el futuro, los límites entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos desaparecían completamente, e incluso, que los fantasmas de los muertos venían del otro mundo a llevarse consigo a los vivos.


Por eso, en la noche de Samhain los druidas preparaban enormes fogatas y hacían conjuros, intentando ahuyentar a los malos espíritus, y la gente dejaba dulces o comida a la puerta de sus casas, en la superstición de que los difuntos, a quienes las leyendas les atribuían la autoría de las más crueles atrocidades, se irían contentos y les dejarían en paz. En aquellas gentes, para las que cualquier hecho de la naturaleza era poco menos que profético, la noche de Samhain abría el largo y crudo invierno por el que vagaban perdidos los fantasmas de los muertos del último año en busca de cuerpos que poseer para transitar al otro mundo, hasta la llegada de la primavera cuando los días son más largos y las tinieblas menguan. 


Cuando el Cristianismo llega a los pueblos célticos, la tradición del Samhain no desaparece, pese a los esfuerzos realizados por la Iglesia Católica para eliminar supersticiones paganas que pudieran entroncar con el satanismo o culto al diablo. Sin embargo la fiesta del Samhain sufre alguna transformación. En el calendario gregoriano, el 1 de noviembre pasó a ser el día de Todos los Santos; el Samhain, la víspera de Todos los Santos, pasó a denominarse All-hallows Eve y, actualmente, por contracción de la expresión, Halloween; y por su parte, el Día de los Todos los Difuntos o Día de Todas las Almas pasó a ser el 2 de noviembre. Las tres celebraciones juntas, “Eve of All Saints”, “Day of All Saints”, and “Day of All Souls”, se denominan en la tradición irlandesa Hallowmas. 


A mediados del siglo XVIII, los emigrantes irlandeses empiezan a llegar a América. Con ellos llegan su cultura, su folclore, sus tradiciones, su Halloween... En un primer momento Halloween sufre una fuerte represión por parte de las autoridades de Nueva Inglaterra, de arraigada tradición luterana. Pero a finales del siglo XIX, los Estados Unidos reciben una nueva oleada de inmigrantes de origen céltico. La fiesta de Halloween, en América, se mezcla con otras creencias indias y en la secuela colonial, el Halloween incluye entre sus tradiciones el contar historias de fantasmas y la realización de travesuras, bromas o los bailes tradicionales. La gente comienza a confeccionar disfraces o trajes para Halloween. 

Así, en Estados Unidos, Halloween, evoluciona y se desentiende de la tradición cristiana. Halloween se convierte en una noche con aura de débil misterio, brujas, fantasmas, duendes, espíritus, pero sin que se pierda el ánimo festivo y el buen humor. Una noche de dulces, bromas, disfraces y películas de terror, perdidos ya los miedos atávicos de los viejos ancestros irlandeses.


Símbolos do Halloween e seus significados


Los disfraces de Halloween

Constituyen el elemento central de la fiesta, puesto que mayores y pequeños se visten en la noche de las brujas con diferentes trajes de fantasmas, vampiros, monstruos, etc. Los disfraces eran empleados por los celtas, que se vestían con máscaras y pieles de animales, para ahuyentar a los malos espíritus. 

Brujas

Muchas historias que se escribieron acerca de las brujas. Es cierto que hay .... si no otra cosa, el mundo de la fantasía! 
Algunos son buenos, otros malos. Se pueden encontrar en muchos cuentos de hadas e historias. Su aspecto es pintoresco, a menudo descuidado, que llevaba un sombrero de punta y extraño viaje en la escoba mágica con la que vuelan en el cielo. 
Las criaturas son tímidas y solitarias, pero les encanta la compañía de los negros gatos. 
En realidad, en la Edad Media fueron señalados como brujos mujeres que conocían las hierbas y sus propiedades curativas, ya que nadie podía competir con la medicina tradicional, especialmente como mujer.

Jack o' latern (faroles)

As tradición de vaciar una calabaza para luego decorarla llegó a Norteamérica de manos de los irlandeses. Según la leyenda popular inglesa, aunque existen múltiples versiones, Jack era un hombre nada virtuoso que pasó la eternidad vagando por el infierno provisto de un nabo con una brasa en su interior que le guiaba en el camino. Cuando la tradición se extendió hacia los Estados Unidos, fue cuando el nabo fue sustituido por la calabaza (pumpkins). En el mundo celta, los faroles se empleaban para evitar que las almas de los difuntos se perdieran en su venida al mundo de los mortales.

Trick or treat (truco o trato)

Se trata de una peregrinación que realizan los niños disfrazados por las distintas casas, en las que hacen una parada para solicitar que les den dulces o golosinas. El las zonas de Irlanda y Gran Bretaña, se practicaba antiguamente el Souling, que consistía en que se entregaban unas tortas a los que se acercaban a las casas orando y cantando por los difuntos para que se las comieran como símbolo de la liberación de un alma.En la cultura celta, existía la creencia de que en la noche de Samhain (actual Halloween) los malos espíritus recorrían las casas solicitando alimentos; y si no se los daban entonces maldecían el hogar. 

Colores
Ver el significado de los tres colores actuales:
Naranja
Energía generación de energía, los espíritus de acercarse a personas vestidas denaranja a chupar la energía de la vida.
Negro
Color oscuro de los trajes de brujas, magos y maestros. Representa la oscuridad y la muerte.
Púrpura
Símbolo de la magia en este día de Halloween.

Juegos de Halloween
 Además del visionado de películas de terror y la tradición de contar historias de miedo, un juego muy típico para la noche de Halloween es el bobbing for apples, en el que los niños deben pescar en un barril con agua una manzana como símbolo de la buena suerte. 


Gato Negro

Dice la leyenda que las brujas pueden tomar la forma de gato para realizar susmaldiciones. Muchos también dicen que los gatos son los espíritus de los muertos, y por lo tanto, de acuerdo con la creencia de si un gato negro pasando por el camino, usteddebe estar de vuelta en el mismo lugar, de lo contrario tendrá mala suerte para siempre.



Otros símbolos de Halloween

Búho: símbolo de oscuridad. Los brujos usan el sonido de este animal para ahuyentar según ellos, los poderes de las tinieblas. Tienen su imagen como amuleto de buena suerte. 

Sapo: Fue una de las plagas enviadas por Dios sobre el pueblo egipcio, ya que ellos lo consideraban sagrado y le rendían culto. 

Vampiros: En la época de los druidas los demonios eran representados por esta figura. Luego ya sabéis toda la mitología de Drácula y de los chupacuellos. 

Gatos: Era una deidad en las culturas paganas antiguas, en la brujería es utilizado para realizar toda clase de prácticas satánicas; era adorado en la ciudad de Éfeso en la era cristiana. 

Máscaras: Son caras falsas o rostros que muestran lo que realmente no es una persona, la usaban los bufones para hacer reír a los reyes de Roma. 

Media luna y las estrellas: Usadas en las prácticas del ocultismo, brujería, magia y símbolos adoptados por la " nueva era" según ellos nos encontramos en la era de "acuario" (astrología, creencia en los astros). 

Bolas de cristal: Utilizadas por los astrólogos y nueva era, también poseen similitud a las prácticas donde se emplean cuarzos, pirámides, péndulos para según ellos traer buena suerte o magnetismo positivo y producir hipnotismo.

El rey de los gatos





La esposa del excavador de tumbas estaba sentada junto a la chimenea. Estaba surciendo un calcentín. Su flojo gato negro dormía en el piso al lado de ella. La mujer esperaba que su esposo regresara de trabajar.

La esposa del excavador de tumbas y su gato esperaron y esperaron. Pero el su esposo no regresaba a casa. Por fín, el hombre llegó apurado entró azotando la puerta. Su corazón latía fuertemente y le faltaba el aire.

“tengo algo que contarte” el dijo.

Se quitó la bufanda y miró a su esposa. Sus ojos estaban muy abiertos y él estaba muy pálido. Su esposa lo miró.

“Te ves raro” ella dijo “¿Pasó algo?”

“Si” dijo el excavador de tumbas “algo pasó”

El flojo gato se levantó y se le quedó viendo al hombre.
La mujer se acercó a su esposo.

“Asi que dime” Ella dijo “¿Que te pasó hoy que te puso tan pálido y con tanto miedo?”
El excavador respiró hondo

“Bueno” dijo el. “Yo esta cavando la tumba del Sr, Ford. Y me quedé dormido. Me desperté al oír un gato decir ¡“MIAU”!

¡“MIAU”! Digo el gato flojo y negro de la señora.

Los ojos del excavador se abrieron aún más. Señaló al gato.

“¡Si justo como eso!” digo el excavador. “Yo estaba muy hondo en la tumba. Miré hacia arriba y ¿Adivina que vi?”

Su esposa frunció el seño.“¿Como voy a saber eso? Ella preguntó.

“Bueno” dijo el “Vi nueve gatos negros. Nueve gatos negros, justo como tu flojo gato negro. ¿Y que crees que hacían?

Su esposa y el flojo gato negro se miraron. Luego miraron al excavador. Ella se encogió de hombros.

“Llevaban cargando un ataúd,”dijo el excavador.

La mujer se asombró.

“¿Un ataúd?” Preguntó ella.

“Un ataúd” dijo él. “Eran cuatro gatos de cada lado. Un gato frente a él. Y el ataúd estaba cubierto con una manta negra.

“Los gatos se acercaron” contó el excavador. “Ellos dijeron “¡MIAU!””

“¡MIAU!” dijo el flojo gato de su esposa.

"Si justo como eso” dijo el señor. “ Mentras los gatos se acercaban más y más, los pude ver mas claro. Sus ojos brillaban como pequeñas luces. Y se seguían acercando. Me miraron, justo como tu gato me mira ahora. ¡¿Por qué me mira como si supiera cada palabra que digo?!”

"Olvida a mi gato” dijo la esposa. “continúa. ¿Qué pasó después?”

“Los gatos se acercaron a mi” dijo él. “Muy lentamente. Y cada tres pasos que daban gritaban juntos “¡MIAU!”.

“¡MIAU!” dijo el gato de la señora.

“Si” dijo el hombre, “justo asi”. Cuando llegaron a la tumba del Sr. Ford se quedaron muy quietos. Me miraron fíjamente”.

Ahora el flojo gato negro de su esposa lo miraba fijamente.

“Mira a tu gato,” dijo el excavador. “Me está mirando”.

“No importa mi gato” contestó ella. “¿Qué pasó después?”

“ El que estaba adelante del ataúd se acercó aún mas,” dijo el.

El flojo gato negro de su esposa se acercó al excavador. El gato lo miró fijamente.
El hombre retrocedió y le dió un escalofrío.

"Ignora a mi gato," dijo ella.

Los ojos del flojo gato negro brillaban como pequeñas luces.

"Vamos," dijo ella. "¿Que hizo el gato después?"

"El gato se acercó mas y mas," dijo el excavador. "Finalmente estuvimos nariz con nariz."

"Oh, mi Dios," dijo su esposa. "¿Luego que pasó?"

"¡El gato me habló!" dijo el hombre. "Me dijo, ‘Dile al Viejo Tom que el Viejo Tim ha muerto.’”

El flojo gato negro brincó.

La esposa del excavador de tumbas dió un grito.

"¡Mira!, Mira a mi flojo gato negro," ella dijo "¿Qué le está pasando?"

El flojo gato negro se estiró y estiró. Creció hasta alcanzar tres veces su tamaño normal.

Al final el gato habló. "¿Qué?" dijo. "¿El Viejo Tim ha muerto? Bueno, yo soy el Viejo Tom. ¡Ahora soy el Rey de los Gatos!".

Y con eso el viejo Tom escaló rápidamente la chimenea.

El excavador de tumbas y su esposa nunca vieron al flojo gato negro de nuevo.

Hermanos Grimm









Jacob Grimm (Hanau, actual Alemania, 1785-Berlín, 1863) y Wilhelm Grimm (Hanau, 1786-Berlín, 1859). Cuentistas y filólogos alemanes. Conocidos sobre todo por sus colecciones de canciones y cuentos populares, así como por los trabajos de Jacob en la historia de la lingüística y de la filología alemanas, eran los dos hermanos mayores de un total de seis, hijos de un abogado y pastor de la Iglesia Calvinista.

Siguiendo los pasos de su padre, estudiaron derecho en la Universidad de Marburgo (1802-1806), donde iniciaron una intensa relación con C. Brentano, quien les introdujo en la poesía popular, y con F. K. von Savigny, el cual los inició en un método de investigación de textos que supuso la base de sus trabajos posteriores. Se adhirieron además a las ideas sobre poesía popular del filósofo J.G. Herder.

Entre 1812 y 1822, los hermanos Grimm publicaron los Cuentos infantiles y del hogar, una colección de cuentos recogidos de diferentes tradiciones, a menudo conocida como Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. El gran mérito de Wilhelm Grimmfue el de mantener en esta publicación el carácter original de los relatos. Siguió luego otra colección de leyendas históricas germanas, Leyendas alemanas(1816-1818). Jacob Grimm, por su parte, volvió al estudio de la filología con un trabajo sobre gramática,La gramática alemana (1819-1837), que ha ejercido gran influencia en los estudios contemporáneos de lingüística.

En 1829 se trasladaron a la Universidad de Gotinga, y de ésta, invitados en 1840 por el rey Federico Guillermo IV de Prusia, a la de Berlín, en calidad de miembros de la Real Academia de las Ciencias. Allí comenzaron su más ambiciosa empresa, el Diccionario alemán, un complejo trabajo (del que editaron solamente el primer volumen) que ha requerido muchas colaboraciones y no se concluyó hasta comienzos de la década de 1860.

Los cuentos de los hermanos Grimm


Los Cuentos infantiles y del hogar fueron publicados entre 1812 y 1822, en tres volúmenes. La colección de cantos populares El cuerno maravilloso del niño, de Armin y Brentano, dieron a los hermanos Grimm la idea de preparar una colección de cuentos populares. Según propósito de los Grimm, esta obra había de ser sobre todo un monumento erigido a la literatura popular, un documento que recogiese de boca del pueblo lo poco que se había salvado de la gran producción medieval germánica y que constituía la tradición nacional que suponían perdida.

Sus fuentes principales fueron, además de los recuerdos de su propia infancia y de la de sus amigos, la gente sencilla del pueblo que ellos iban interrogando y, sobre todo, Cassel, la hija del farmacéutico Wild, que repetía las historias oídas en su infancia de boca de la "vieja María".

Al transcribir estos cuentos procuraron conservar fielmente no sólo su trama sino también el tono y las expresiones de que aquellas personas se servían, efectuando así en esta esfera una obra casi sin precedentes, porque literatos como Musäus y otros hasta entonces se habían servido de los cuentos populares como estructura para engarzar en ellos divagaciones morales o alusiones poéticas y literarias.

Sólo en una segunda época se aprovecharon también de fuentes literarias como Lutero, Hans Sachs, Moscherosch o Jung-Stilling, pero esforzándose por hallar bajo las variaciones y los embellecimientos literarios la primitiva ingenuidad de trama y de estilo (proverbios, repeticiones), guiados sobre todo por su instinto poético.

Se ha dicho que estos cuentos se han vuelto verdaderamente populares por medio del libro de los hermano Grimm. Lo cierto es que ellos supieron darles tanta frescura que pocos libros hacen revivir de inmediato la misteriosa y profunda intimidad de la naturaleza germánica, permitiendo sentirla con el espíritu con que a ella acude el pueblo alemán.

Las fábulas contienen casi siempre una verdad objetiva, una lección práctica, siempre aventajada, sin embargo, por la inspiración genuina de la poesía popular. Forman parte de esta colección de más de doscientos cuentos, entre los que figuran narraciones tan famosas como Blancanieves,  Pulgarcito, Raperunzel, Las tres plumas, Las tres hilanderas, La novia clara y la oscura, Hansel y Gretel, El rey rana, El lobo y la siete cabritas, El diablo con los tres pelos, El agua de la vida, Juan con suerteCaperucita Roja, Los músicos de Bremen.

Aunque según la idea de sus compiladores esta obra no estaba destinada a ser un libro infantil, Goethe, apenas la hubo leído, escribió a Stein que estaba escrita "para hacer felices a los niños", y puede considerarse como un gran acontecimiento literario de principios del siglo XIX alemán, porque desde entonces se convirtió en el libro de la juventud alemana, con el cual generaciones y generaciones formaron su alma.

La obra dio lugar a una polémica de cierta importancia con Brentano y con Arnim. Los dos poetas, que habían precedido de modo muy diverso que los Grimm en su colección de cantos populares, refundiéndolos formalmente, hallaron desaliñada y pobre la redacción de estos cuentos. Ello se debió a que, mientras Arnim y Brentano no distinguían entre poesía popular y poesía artística y reconocían para una y otra los mismos derechos, los Grimm creían que la segunda no podía sino esforzarse (aunque siempre inútilmente) por parecerse a la primera, la cual, representada por las grandes epopeyas o por los cuentecitos, era infinitamente superior y estaba dotada de una fuerza poética metafísica anterior a la misma humanidad.

Oscar Wilde



(Dublín, 1854 - París, 1900) Escritor británico. Hijo del cirujano William Wills-Wilde y de la escritora Joana Elgee, Oscar Wilde tuvo una infancia tranquila y sin sobresaltos. Estudió en la Portora Royal School de Euniskillen, en el Trinity College de Dublín y, posteriormente, en el Magdalen College de Oxford, centro en el que permaneció entre 1874 y 1878 y en el cual recibió el Premio Newdigate de poesía, que gozaba de gran prestigio en la época.

Oscar Wilde combinó sus estudios universitarios con viajes (en 1877 visitó Italia y Grecia), al tiempo que publicaba en varios periódicos y revistas sus primeros poemas, que fueron reunidos en 1881 en Poemas. Al año siguiente emprendió un viaje a Estados Unidos, donde ofreció una serie de conferencias sobre su teoría acerca de la filosofía estética, que defendía la idea del «arte por el arte» y en la cual sentaba las bases de lo que posteriormente dio en llamarsedandismo.

A su vuelta, Oscar Wilde hizo lo propio en universidades y centros culturales británicos, donde fue excepcionalmente bien recibido. También lo fue en Francia, país que visitó en 1883 y en el cual entabló amistad con Verlaine y otros escritores de la época.

En 1884 contrajo matrimonio con Constance Lloyd, que le dio dos hijos, quienes rechazaron el apellido paterno tras los acontecimientos de 1895. Entre 1887 y 1889 editó una revista femenina, Woman’s World, y en 1888 publicó un libro de cuentos, El príncipe feliz, que recoge cinco historias incluidas: El ruiseñor y la rosa, El gigante egoísta, El amigo fiel y Un cohete excepcionales, cuya buena acogida motivó la publicación, en 1891, de varias de sus obras, entre ellas El crimen de lord Arthur Saville.

El éxito de Wilde se basaba en el ingenio punzante y epigramático que derrochaba en sus obras, dedicadas casi siempre a fustigar las hipocresías de sus contemporáneos. Así mismo, se reeditó en libro una novela publicada anteriormente en forma de fascículos, El retrato de Dorian Gray, la única novela de Wilde, cuya autoría le reportó feroces críticas desde sectores puritanos y conservadores debido a su tergiversación del tema de Fausto.

No disminuyó, sin embargo, su popularidad como dramaturgo, que se acrecentó con obras como Salomé (1891), escrita en francés, o La importancia de llamarse Ernesto (1895), obras de diálogos vivos y cargados de ironía. Su éxito, sin embargo, se vio truncado en 1895 cuando el marqués de Queenberry inició una campaña de difamación en periódicos y revistas acusándolo de homosexual. Wilde, por su parte, intentó defenderse con un proceso difamatorio contra Queenberry, aunque sin éxito, pues las pruebas presentadas por este último daban evidencia de hechos que podían ser juzgados a la luz de la Criminal Amendement Act.

El 27 de mayo de 1895 Oscar Wilde fue condenado a dos años de prisión y trabajos forzados. Las numerosas presiones y peticiones de clemencia efectuadas desde sectores progresistas y desde varios de los más importantes círculos literarios europeos no fueron escuchadas y el escritor se vio obligado a cumplir por entero la pena. Enviado a Wandsworth y Reading, donde redactó la posteriormente aclamada Balada de la cárcel de Reading, la sentencia supuso la pérdida de todo aquello que había conseguido durante sus años de gloria.

Recobrada la libertad, cambió de nombre y apellido (adoptó los de Sebastian Melmoth) y emigró a París, donde permaneció hasta su muerte. Sus últimos años de vida se caracterizaron por la fragilidad económica, sus quebrantos de salud, los problemas derivados de su afición a la bebida y un acercamiento de última hora al catolicismo. Sólo póstumamente sus obras volvieron a representarse y a editarse. En 1906, Richard Strauss puso música a su drama Salomé, y con el paso de los años se tradujo a varias lenguas la práctica totalidad de su producción literaria.

El príncipe feliz



En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada. Por todo lo cual era muy admirada.

—Es tan hermoso como una veleta —observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte—. Ahora, que no es tan útil —añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.

Y realmente no lo era.

—¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? —preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna—. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

—Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz —murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

—Verdaderamente parece un ángel —decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

—¿En qué lo conocéis —replicaba el profesor de matemáticas— si no habéis visto uno nunca?

—¡Oh! Los hemos visto en sueños —respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.

Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás. Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

—¿Quieres que te ame? —dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.


Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata. Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

—Es un enamoramiento ridículo —gorjeaban las otras golondrinas—. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.

Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo. Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.

—No sabe hablar —decía ella—. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.

Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.

—Veo que es muy casero —murmuraba la Golondrina—. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

—¿Quieres seguirme? —preguntó por último la Golondrina al Junco.

Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

—¡Te has burlado de mí! —le gritó la Golondrina—. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!

Y la Golondrina se fue.

Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.

—¿Dónde buscaré un abrigo? —se dijo—. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.

Entonces divisó la estatua sobre la columnita.

—¡Voy a cobijarme allí! —gritó—. El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.

Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.

—Tengo una habitación dorada —se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.

Y se dispuso a dormir. Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.

—¡Qué curioso! —exclamó—. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.

Entonces cayó una nueva gota.

—¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? —dijo la Golondrina—. Voy a buscar un buen copete de chimenea.

Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.

La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro. Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.

—¿Quién sois? —dijo.

—Soy el Príncipe Feliz.

—Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? —preguntó la Golondrina—. Me habéis empapado casi.

—Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre —repitió la estatua—, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.

«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.

—Allí abajo —continuó la estatua con su voz baja y musical—, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

—Me esperan en Egipto —respondió la Golondrina—. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

—Golondrina, Golondrina, Golondrinita —dijo el Príncipe—, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!

—No creo que me agraden los niños —contestó la Golondrina—. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban ni un momento de tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.

Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.

—Mucho frío hace aquí —le dijo—; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.

—Gracias, Golondrinita —respondió el Príncipe.

Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y, llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad. Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco. Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile. Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.

—¡Qué hermosas son las estrellas —le dijo— y qué poderosa es la fuerza del amor!

—Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial —respondió ella—. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!

Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el gueto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio. La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.

—¡Qué fresco más dulce siento! —murmuró el niño—. Debo estar mejor.

Y cayó en un delicioso sueño.

Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.

—Es curioso —observa ella—, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.

Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía. Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.

—¡Notable fenómeno! —exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente—. ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local. Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...

—Esta noche parto para Egipto —se decía la Golondrina.

Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre. Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia. Por todas partes a donde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:

—¡Qué extranjera más distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.

—¿Tenéis algún encargo para Egipto? —le gritó—. Voy a emprender la marcha.

—Golondrina, Golondrina, Golondrinita —dijo el Príncipe—, ¿no te quedarás otra noche conmigo?

—Me esperan en Egipto —respondió la Golondrina—. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.

—Golondrina, Golondrina, Golondrinita —dijo el Príncipe—, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

—Me quedaré otra noche con vos —dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón—. ¿Debo llevarle otro rubí?

—¡Ay! No tengo más rubíes —dijo el Príncipe—. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.

—Amado Príncipe —dijo la Golondrina—, no puedo hacer eso.

Y se puso a llorar.

—¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! —dijo el Príncipe—. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida en las manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

—Empiezo a ser estimado —exclamó—. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.

Y parecía completamente feliz.

Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto. Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

—¡Ah, iza! —gritaban a cada caja que llegaba al puente.

—¡Me voy a Egipto! —les gritó la Golondrina.

Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.

—He venido para deciros adiós —le dijo.

—¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! —exclamó el Príncipe—. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

—Es invierno —replicó la Golondrina— y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.

—Allá abajo, en la plazoleta —contestó el Príncipe Feliz—, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.

—Pasaré otra noche con vos —dijo la Golondrina—, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.

—¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! —dijo el Príncipe—. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo. Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.

—¡Qué bonito pedazo de cristal! —exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.

—Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.

—No, Golondrinita —dijo el pobre Príncipe—. Tienes que ir a Egipto.

—Me quedaré con vos para siempre —dijo la Golondrina.

Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños. Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.

—Querida Golondrinita —dijo el Príncipe—, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas. Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras. Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.

—¡Qué hambre tenemos! —decían.

—¡No se puede estar tumbado aquí! —les gritó un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.

—Estoy cubierto de oro fino —dijo el Príncipe—; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza. Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

—¡Ya tenemos pan! —gritaban.

Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo. Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían. Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo. Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas. Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.

—¡Adiós, amado Príncipe! —murmuró—. Permitid que os bese la mano.

—Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina —dijo el Príncipe—. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

—No es a Egipto a donde voy a ir —dijo la Golondrina—. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?

Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.

En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo. El hecho es que la coraza de plomo se habla partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.

A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad. Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.

—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!

—¡Sí, está verdaderamente andrajoso! —dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

—El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado —dijo el alcalde— En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.

—¡Lo mismo que un pordiosero! —repitieron a coro los concejales.

—Y tiene a sus pies un pájaro muerto —prosiguió el alcalde—. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea. Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.

—¡Al no ser ya bello, de nada sirve! —dijo el profesor de estética de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.

—Podríamos —propuso— hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.

—O la mía —dijo cada uno de los concejales.

Y acabaron disputando.

—¡Qué cosa más rara! —dijo el oficial primero de la fundición—. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho.

Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

—Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad —dijo Dios a uno de sus ángeles.

Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

—Has elegido bien —dijo Dios—. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.
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